Han pasado ya casi dos años desde que Viva Piñata llegó a nuestras Xbox 360. El tiempo ha pasado volando, en gran parte gracias a que nos hemos abstraído durante meses creando y perfeccionando nuestros jardines en este gran simulador de Rare. Sus carismáticas protagonistas habitaban mundos llenos de colorido y buenas intenciones, en los que toda la familia podía disfrutar intentando aumentar las dimensiones de su jardín para incrementar el número de piñatas residentes.
El juego era, de por sí, muy bueno, pero no se podía negar que le faltaban algunos detalles por pulir, algunos elementos que se podrían haber cuidado algo más para ofrecer una experiencia mucho más satisfactoria. Es por eso que Rare se puso manos a la obra durante todo este tiempo para ofrecernos ahora una segunda entrega que, si bien mantiene la mayoría de los elementos del original, añade mejoras más que suficientes para que nos vuelva a despertar el gusanillo de crear un nuevo jardín.
Misma base
En gran medida, Viva Piñata: Trouble in Paradise recupera las mismas características básicas del original. No en vano, si algo funciona, ¿para qué cambiarlo? Lo mejor es empezar a mejorar sus elementos a partir de lo que ya se tenía. Y esto era un interfaz muy sencillo, cómodo de utilizar y agradable, apto para todo tipo de usuarios, el cual se empleaba en un título cargado de diversión y que no dejaba de ofrecer retos de forma constante.
Todo esto se mantiene inalterado: el mismo sistema de juego e idéntico interfaz. Con el botón X abrimos un menú en el que tendremos acceso a las tiendas, a la pala, a los tipos de terreno, etcétera. Dichas herramientas nos servirán para cuidar el terreno que tenemos a nuestra disposición, una parcela relativamente al principio que, a medida que subamos de nivel, irá aumentando su tamaño progresivamente.
En dicho espacio, tendremos que plantar flores, hacer estanques (o eliminarlos), colocar elementos decorativos y, sobre todo, cuidar y mimar a las piñatas que, según los elementos que tengamos, irán apareciendo y pasando a ser residentes. Cada piñata tiene sus propias exigencias para dejarse ver, otras distintas (más exigentes) para ser habitantes de nuestro jardín, y más todavía para poder enamorarse. Algo que, además, tendremos que lograr por partida doble, para cada miembro de la pareja.